Acerca de mí

martes, octubre 24, 2006


La noche se me vino encima...
con las manos añejas,
asfixiandome con sus estrellas sin oxígeno.

Mi cuerpo ha sido apuñalado por la verdad,
la que ya no quiero saber
no quiero saber más-
superar-
saltar sobre ese montón de piedras oscuras,
que algún día fueron piedras preciosas-
piedras oscuras,
pesadas que arrastro río arriba.

Me duele no olvidarte
me enrabia el descontrol
y el dedo en la yaga.

déjame tirar la vergüenza.

domingo, octubre 22, 2006

Recortaré mi figura
en pequeños pedazos de papel
que el viento, de apoco,
llevará

mis recuerdos en las tijeras
para dejarlos ir
como papeles al viento
a ese grito
desesperado del cielo

que suban
y se ahorquen sobre mi cabello

martes, octubre 17, 2006






No cabe día sobre mi cabeza
en el que no se pose tu nombre
sobre las veredas
vacias.
Miro mi figura desfigurada
y me proyecto a otro tiempo y lugar.

En una banca nos sentamos
a escamar el agrio día
a terminar nuestras ropas
a soñar, soñar como hoy.

qué tan lejos estamos ahora?
unas pocas horas de sueño
me alejan
de tus manos.
Un cigarro que el humo opaca
y que trae el olor a risa
de encontrarnos a escondidas

Miro mi figura, que se teje en sombras sobre la pared
quiero doblar mi destino y unirlo al tuyo
chocar tus vértebras a las mias
y partir pariendo el espacio.

Me han hablado en la espalda
y han dicho mi nombre
susurrado
y seco.

la vuelta
a pasos intranquilos,
a un nido, besado rojo
sangrado libre al aire libre.

Atrapo la lluvia
en mis pantalones
y camino con el invierno hasta tu boca
Eres tu quién me nombra?

trátame con descuido
y raspa mi pecho entumesido.
mi pecho encostrado
de tanto inspirar estos bostezos.
Hojas en blanco


Llueve sobre tus pies
cuando te sientas frente al horizonte
tocando la línea de lo imaginario
ries tocando

Encorvas tu sonrisa coja
y muestras a la vida
tu divertida tragedia,
inválida primavera

Tus genes plantados en tierra seca,
crecieron con poca agua.
::::::una maleza
chupaste los brazos,
los ladrillos,
los cuchillos,
una maleza amarilla tapada en ropa

te pintaste, preciosa
para encarar la sutileza.
goteaste tus labios
mientras balbuceabas un beso

luego perdiste la cuenta
al tapar tus ojos en ambar.
cuéntame, ahora, una historia...
larga y somnolienta,
hoy quiero fallecer en tu voz quebrada
y en la afonía de tus pies.

viernes, octubre 13, 2006













Sus ojos ensombrados, en el transcurrir de las estaciones, se iban sellando en un hermético pestañear. Sus manos, enredadas de dedos, se acariciaban mutuamente entre la correa de la cartera descuerada. Sus labios habían perdido el rubor de años anteriores, hoy eran dos pequeñas cebollas relamidas, por una lengua seca de gato, durante el dormitar.

Sentía rabia de no lograr dormir cuando debía, se paseaba en la oscuridad de su pieza descubriendo esos rincones de lechuga.

Su departamento sudaba a cansancio y soledad, las paredes se teñían de moho a medida que los días se hacían más cortos y las noches se abrían hacia la infinitud.

Debió haber sido la pega, el estrés y la depresión, la culpa de sus piernas sonoras, de la levedad de su cabello, del libido escondido.

Se repetía cada día: “debería haberlo besado, haber absorbido un trozo de labio y guardarlo entre las verduras”. Se arrepentía de no abrir los ojos para esconderlo entre la multitud, para que se desvanezca como sus sueños de mediodía.

Se despertaba por los griteríos infantiles y asomaba sus ojos a la ventana: Faltaba poco.

Hacía calor como aquella vez, en la que su ropa suelta dejaba libre sus senos y la calle era una pasarela. Alguien la miraba caminar. Sus piernas en pantys no eran como unas zanahorias, pero alguien la miraba y ella era la reina de la avenida.

Respiró profundo y serpenteó entre el tumulto –“en la esquina por favor”, el chofer asintió rezagado, miró el crucifijo flotar y apretó el freno. Los chirridos acallaron toda bulla.

El devolvió la vista a la calle, a ese desierto manchado de aceite quemado y de frenados esporádicos. El acelerador a fondo exigía el sudor de Carlos, no era fácil arrastrar tantas vidas desparramadas, llevarlas a sus áridas casas desarmadas, y además, sostener su alma en smog.

En medio del “sound”, sus amargas aceitunas parpadeaban a punto de vaciar su miseria sobre las monedas. Su corazón nunca había sido independiente del marcapaso, así durante el camino a la vejez obtuvo de cosecha marcadas pausas de pasión en taquicardias.

El retrovisor mostraba una tragedia: un bulto se recostaba en la mitad de la calle... como un saco de papas. Era la mujer de sueño que flotaba ahora bajo las ruedas de un taxi, un taxi que no la llevaría a su hogar solitario y que, en cambio, la mantendría por horas, años, décadas, recostada mirando el horizonte, más muerta que nunca.

El chofer sintió un escalofrío y cerró sus ojos mientras escapaba de la animita, con toda la carga palpitante a sus espaldas.

La noche comenzaba a sombrear las calles, y los faroles erectos iluminaban el escenario vacío de las calles. Un joven sale de su trabajo, cansado y con las manos gastadas, sale pensando que esta luna será diferente, y se sienta bajo el paradero. Las micros pasan sin piedad, llevan rabia y pena sucia a los escondites nocturnos, a camas vacías sin sueños. Guarda su lápiz y se levanta del frío asiento para tomar cualquier camino, no tenía ganas de llegar.

Una calle rota se abre ante sus rodillas, Alameda. Un grupo de ebrios ríen en la pared, tienen la boca morada, los ojos plomos, la ropa café, los zapatos rotos y muchas botellas de nada, como sus bocas, como sus manos, como sus vidas. Vomitan y vomitan gritando y riendo, y la vereda se moja en cebollas fritas, en betarragas moradas.

Al pasar por su lado se aferra a su bolso, y apura sus zapatos. Luego de unos momentos se detiene frente a un café. La puerta forrada en cuero impedía ver la siluetas bailando sobre el té verde hirviendo, el descafeinado, el despeinado.

Da un suspiro largo y profundo, que lo lleva a una pieza blanca, hace cinco años, donde Claudia espera desnuda que entre medio de los gemidos la bese. Estaba comprometida con tres hijos, y enamorada de este aventura. El jefe le decía “ no te acurruques con los clientes, que si no les gustas, no vuelven... no pagan”. Pero fue un café diferente, él no le miraba el punto entre las piernas, sino que sus ojos se acostaban sobre sus pestañas y acariciaba sus manos cuando la temblorosa taza arribaba a sus rodillas. Claudia había vendido tanto amor que olvidó como acariciar, en el taxi había intentado tomar su mano, pero él tampoco entendía las señales de primavera... bajó su cierre dejándolo expuesto a la entumida mano de claudia. El taxista miraba... en la noche le contó la historia a su esposa, pero mientras, un motel aparecía al fondo de la calle –“son cinco lukas...”

Una entrada alumbrada por un farol fluorescente daba una sensación de frío. La palabra “motel” se encendía y apagaba sobre las pupilas ardientes y vergonzosas. Sin decir palabras quedaron desnudos de espaldas, uno al lado del otro. Mil pesos sobre cada seno y una moneda de cien en la boca... y Claudia rogaba por un beso.

La noche y sus gemidos estaban a punto de acabar, tuvieron miedo del amanecer. El joven vio como la mujer se iba hundiendo entra la lechuga. Su pecho se apretó y, llorando, besó el dinero, mandó un beso al aire y partió a la distancia.

Su trabajo insípido, sus amigos de cáscara, su familia postiza, un mundo congelado con cada despertar. Treinta y dos vueltas a la cama, recién bañado, casi parido. Esa noche la luna se ocultaba con miedo tras la torre entel, y Alameda marcaba la sombra de silencio a sus espaldas. El suspiro no trajo más que el vapor de su boca y un sabor amargo de nostalgia, casi pena.

Abre la puerta y cierra los ojos. No puede superar los años de soledad, los minutos pagados de compañía. Un aroma acaricia la piel subiendo por su cuello. Un aroma a casa, a comida familiar, a chaleco tejido por su hermana. –“bienvenido, hoy la belleza baila para usted”

El busca amor en una jaula, intenta hallar una caricia en una barra de fierro. Se sienta y al lado, su vergüenza, su miedo.

Una pendeja se sube al escenario y con inocencia abre su monedero –“méteme un billete... uno grande”, con inocencia se arrastra desnuda entre las mesas, inocentemente ayuda a masturbar... mientras sus ligeros dedos sacan dinero de los bolsillos. Es una niña que de tarde peina sus trenzas y prepara betarragas a sus hermanos. Un aplauso la despide y ella desaparece de la vida.

Otro pedazo de carne se tiende sobre la tabla. Otro cerdo se pajea.

...Pero no es fácil escribir “te quiero” en cada billete y meterlo en ese buzón de piernas. Un papel que no tenía dirección, solo arrepentimiento y cobardía.

Cinco años habían pasado, ella había despertado despeinada, desnuda, descubierta, y muy sola. La despidieron bajo las estrellas, sobre los billetes besados. –“no te metas con los clientes...”. Desde esa noche bailó en la calle, bajo la luna, acompañada de su sombra, en aun auto oscuro, en una esquina. Pintada por completo... sombras para la angustia, rush para lo amargo, base para lo incierto. Puta... así se llamaba.

Mañana, en su epitafio, escribirán: Claudia

En el vestíbulo se tapan para lo urbano, cuentan el dinero para la feria, y con crema se descaran para la normalidad.

La ensalada nocturna, con sabor a palta, con olor a casa. En un plato de piernas. En una risa ácida de limón. Veladores que afirman un par de cebollas, un pimentón verde entre los libros. Zapallos verdes al lado del jabón. Santiago corta y revuelve, con aliño... para ser devorado por a bulla, el atroche, el asalto. Pendejas estrellas, prostitutas inalcanzables.

Cada una vio, esa noche, entre sus billetes, uno chistoso. En algunos meses otras lo verán.

Santiago se llena de amor disparado, violento y fermentado.

jueves, octubre 05, 2006



Las manos colgaban lacias, a cada lado de la silla.
Sus rodillas pegadas y su espalda corvada.
Un cadáver callado, durmiendo desde el olvido.

Su cuerpo se ha convertido en polvo
y ha tapado las paredes, las cañerías, las bocas.

Alguien entra,
¿Su hermano?
¿Su hija?,
Tiene el pecho hundido y las orejas derretidas
de culpa...

Se acerca en silencio y se sienta al lado del bulto con sumo cuidado de no conmover el aire tieso.
Agarra sus labios con fuerza, los extirpa del rostro y los pone sobre el plato.
La sangre fluye hacia su cuello, hecha la cabeza hacia atrás, pintando el mantel y la madera del piso. No grita, no llora, no duele.

Mueve sus manos, y las dirige hacia su polera. Con suavidad deja al descubierto su pecho y con la yema de su índice busca el pulsar de lo inerte. No encuentra nada, su pecho está hundido, apoyado en el vacío.

De pronto truena un golpe tras la puerta del armario, mira al bulto pensando encontrar respuesta, nada... Otro... y otro golpe.
Se levanta y se arrastra hasta la raíz de esos sonidos, su cabello se suelta y vuela por el cuarto, como miles de zancudos en el insomnio. Tras la puerta, un ente desesperado salta y golpea su aura, grita y llora. Al ver llegar una mano cerca de sus tobillos cierra los ojos, y deja escapar todo el aire encadenado a su cuerpo, se desinfla y un aroma extraño a trauma invade la nariz del muerto.

Pero él... siempre inmute. Alarga sus zapatos y los planta sobre la columna vertebral del que abrió la puerta, resuena desde el piso un crujir de platos. El chicharreo del roce de los dientes con los clavos.
De asfixia su piel comenzaba a teñirse morada. Caminó unos pasos y estacionó su persona detrás del muerto Comenzó a olfatear sus orejas, su nuca, acarició los hombros y las mejillas, que se caían por pedazos. Agarró la boca del plato y la puso entre sus labios y los del muerto. Inspiró con esfuerzo a través de ellos. Inspiró e inspiró... pero nada, no había aire, solo polvo. Tambaleando y tosiendo llegó a la silla y se tumbó sobre la mesa. Intentó decir una última palabra, pero el muerto, a través de los labios ajenos, expelió un sonido mortífero, un silencio.


Ha tocado la puerta la hora,
y me ha recordado mis cadenas.
Estoy amarrado con las nostálgia,
amándola con cada sangrar.

Tengo que trizar mi piel y liberar mi asfixia.
Salir planeando por la ventana y empujar la calle
que rompe mis pies.

La nube de polvo que nada por las manos de lo mirado
me hace temblar en el pánico agudo y sobresdrújulo,
me tanteo paralizado...

No se puede llorar.

domingo, octubre 01, 2006


Quiero romper mi memoria,
reordenarla y elegir que tipo de alzheimer tener...

Los minutos que se han sentado a mirarme... me persiguen y tiran mis ojos, quieren tomar lágrimas... tienen sed de mi dolor.

De pronto me visualizo:

Estoy vestido de rojo,
con los ojos pegados a la pared,
teniendo miedo...
tiritando de miedo.
frente a mi, las cenizas escalan las colillas
y me sumerjo en la angustia...

El tacotear de tus piernas me susurra un recuerdo

Intento girar mi cuello, pero la escoliosis me tiene parapléjico
me tiene mirando mis pies descalzos, mi miedo tiritando...


Hoy los recuerdos son como hormigas... que comen mis nervios, que comen mi carne...