Acerca de mí

sábado, noviembre 12, 2005


Caminas con ciertas dudas en tus pasos, jurando que cada uno es el último que se establece en el suelo.
Sales con suerte de la nocturna caminata, con todos tus accesorios intactos. Te metes en la bulla de un paradero esquivo de una calle llena de murmullos, y lentamente metes tus dedos al bolsillo. Están frios y tu piel se eriza. Detienes tu mano y la guias a buscar solo lo necesario: una par de sucias monedas.
Tus yemas rozan el metal que provoca el estruendo entre las ratas de ciudad (éste día has tenido suerte), y aparece desde la negrura del horizonte esta cuncura guzanoidea y prostituida micro.
Entregas en las manos añejas del señor las circunferencias llenas de personajes famosos (de la kenita o del italo), tu sabes bien que él no mira nada mas que la línea recta mas allá de su cochino y mosqueado vidrio. Sabías perfectamente que no te podías detener ahí y meditar acerca de la pobreza o del porqué de sus feas y gastadas manos.
Un grito suave puede elevar el líbido. Un grito furiozo y un empujón en el hombro, una erección.
Al ver el pasillo repleto, se vienen a tus ojos la perfecta imagen de un closet eterno, de ternos colgados, de vestidos negros de oficina perfectamente arrugados por el duro asiento, el café de las mangas del uniforme escolar. Ropas colgadas, aferradas con fuerzas descomunales al fierro que penetra la micro de lado a lado.
El siseo del grito que provenía de tu espalda causaba escalofrios y con los pelos en flor, se puso adelante la ardua tarea de llegar a un oasis en el azul electrico de un reggetonero pasillo. No es difícil abrirce pasos con ambas manos, empujar alguna gorda a un lado o a un viejo debilucho, lo que costaba era esconder lo que entre sus piernas se había asomado.
Recuerdas las depravaciones sexuales, alguna vez en el colegio hablaron de ellas (aquél profesor que con cara dura hablaba, babeando el mesón, de necrofilia y sadomasoquismo), estaba esa del tipo que se frotaba con el hombro de los sentados...
quisiste innovar... pero nunca fuiste osado.
El gritoneo de un principio se perdió en la masa, y ahora te encontrabas rodeado de valles forrados en tela.
Palpitaba tu calzoncillo.
Nadie giró el cuello para ver quien estorbaba su incomoda posición de "personaje mirando la calle de arboles modernos". Doblaban su cadera hacia delante y molestaban a los hombros sentados. En realidad no molestaban.
Llegaste sin novedad alguna al oasis peligroso de la cueva de la micro. (don graff lo prohibía, pero tu eres osado, no?)
Posaste tu cuerpo frente a una cajera de ojos cansados, de manos atadas, de rodillas marcadas en madera. Pusiste tu exitación a la altura de sus ojos y miraste los semáforos en verde.
Aferrada a su cartera, pendiente como águila del movimiento de carroñeros, iba la mujer. su mano en el vibrar del auto a veces te tocaba. Intentabas descender las palpitaciones con imaginarias sutilesas. Pensaste en la virgen maría... en vano.
Vibró el celular y metió su mano dentro del cuero de vaca barata. Su celular en la mano izquierda se acercó a su oreja, y la voz de un macho emanó del parlante. Cortó y miró hacia el lado. Ahí estaba tu verguenza y pleno extasis. Giró sus pupilas y chocó su mirada persuasiva con la tuya. Esquivando el aire fétido con sus dedos bajó el cierre.
Quedaste estupefacto mientras su mano adaptada a monedas decendía hasta agarrar con fuerza tu miembro.
Miraste a los lados, posiciones típicas, nada había cambiado en ellos.
Abrió levemente sus piernas, y su otra mano no buscó el celular.
Los ronquidos no era una música perfecta, la radio chula tampoco.
Sus uñas se aferraban, enterraban las raices en tu carne.
Nadó entre los griterios de los borrachos un edor a amoniaco y de días de desbaño, nada extraño.
El placer invadía cada poro... y con los ojos cerrados escuchó el ring del celular. La mujer se pasa la mano por el chaleco antes de tomar el celular. Se arregla la falda y se rie del chiste que la ronca voz del perlanté brotó.
Abriste los ojos y su rostro tan cercano al tuyo te impactó. Sentiste su aliento de empanada casera, de pebre y perejil. Te regala una sonriza antes de bajar y tu te subes el cierre.
El tipo que estaba sentado al lado de ella tenía los ojos muy abiertos, al igual que tu. Saca de su bolsillo una servilleta y la alarga a tu mano. Agarras el pañuelo y tocas el timbre.

Es de noche, has tenido suerte. Talvez hayas pasado una verguenza.

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