
Una mujer está sentada en el asiento de la ventana, mirando comoSantiago viene y va con tanta indiferencia. Intenta seguir un punto que se aleja a lo imposible:
Un hombre con sombrero, una bolsa azul que corre por la acera, un árbol quieto de verano... y eso es lo único que logra agarrar entre sus acrílicas uñas.
El paisaje esquivo y ella se acomoda la falda. Un auto rojo... Francisco se sienta a su lado.
El también comienza a mirar por la vnetana, pero para ver el reflejo de ella. Su mirada camina por sobre la comisura de los labios y luego se acomoda en ese ojo derecho.
Siente las caricias con cada pestañear, recuerda a su madre cuando en las noches lo arropaba luego de una canción.
Ahora miran al frente, miran los asientos vaciarse mientras sus rodillas se entrerozan bajo el ronroneo del chofer.
Miran al frente, escondiendo todo sentimiento. Las nucas de esos desconocidos quedan tiezas bajo el amparo de la complicidad.
En un momento ella baja su brazo y comienza a urguetear su cartera en busca de una nada perdida en la infinita soledad.
Hombro a hombro, un poco de traspiración, una caricia de carencia.
Él no se mueve, en cambio se apega más a esa piel en flor.
- "permiso"
Él levanta la vista, da una mueca como sonrisa y se dobla como cuncuna para dejarla pasar.
El timbre suena y un viento gélido recorre los pies callosos de los santiaguinos.
El tacotear callado en una calle relamida.
El reflejo en la ventana de Francisco que mira a Santiago irse... A toda velocidad.