
Trajiste con el té una sonriza.
Me miraste detenidamente con una expresión paralizada,
para pestañear rapidamente cuando mis dientes expuse.
El vapor nadaba hacia tus pulmones, y te hacia ver divina.
Lentamente unas gotas comenzaron a rodar por la loza
y se lanzaron al aire.
Tus labios rojos se tiñeron de negro
y tu mirada eterna se transmutó a un tunel sin salida.
A mi terror le acompañó un agudo dolor que atravezaba la ropa.
La cortina se comenzó a mover
dejando que una luz opaca entrara e hiciera brillar el sudor de mi frente.
Un grave sonido salió de tu boca c
uando bruscamente dejé a un lado las sabanas para levantarme.
Por un momento pude ver el final del tunel .
Me encaminé hacia él y pude descubrir que te amaba.
Con tus manos que tiritaban dejaste entrever,
detrás de la ropa, detrás de la carne,
un dejo de odio.
Tus rodillas se doblaron y apoyaste tus brasos en mis pies.
Con la cabeza mirando la pared vertiste la verdad.
Diste un pequeño beso a mis dedos, respiraste hondo y cuidadosamente,
mientras caminabas, te sacaste la bata.
Me miraste, me ahogaste en la cuenca de tu ojo,
a la vez tus dedos sigilosamente desarmaban el nudo de la cortina
y empezaste a inundar la pieza de blancura,
de una luz ácida.
Cerré los ojos, intentado esquivar y negar la cruel verdad.
Puse mi rostro en la almohada y aguanté la respiración.
Un silencio desértico lamió mis oidos,
impulsivamente voltié mi cabeza y divisé el caos.
La cortina se movía, tu ropa se evaporaba y el té estaba helado.