Hace algunos meses que no hablaban, y todo ese tiempo intentando llenarlo con otro.
Murmuraba viejas frases que escuchaba en las paredes, respondía en forma honesta y un poco avergonzada. miraba a ambos lados, sabiendo que nadie se iba a chocar en su paranoia. Desde que Alfonso cerró la puerta ese 10 de mayo, no ha vuelto nadie a abrirla. Se sienta un momento ante el teléfono, mientras un surco de memoria se cuaja en sus espacios en blanco. Un surco no grato de vómitos sazonados, de gritos de verduras maduras. Entre los sollozos eleva la cabeza, y se ve ante el espejo.
Está pálida de tanto haberse limpiado la cara, sus manos se han adelgazado hasta perder movilidad. Ingrata, pobre ingrata de merengue y lúcuma, de gramos de cebolla. Los libros se fueron acomodando al lado de su cama, hasta donde las sábanas rellenas de suspiros rodaban cuando se moría de pena. En cierta forma aceptaba la ida de Alfonso, pero aun no aceptaba que ella no se fuese a su lado. No puede aceptar que se haya quedado al otro lado de la puerta, talvez no se dio cuenta y la cerró muy rápido? Talvez tenía puestos muy altos los auriculares ...
La comida se iba acabando, y ya solo unas bolsas anoréxicas de té servía para apaliar el vacío. Y las horas se arrastraban como culebras en plaza Italia. Su ropa
Las hoyas expelían el olor rancio de la felicidad podrida, como huevos sulfurados. Tragaba unas cucharadas con dificultad: le costaba rellenar los huesos.
... y los murmullos se iban convirtiendo en gritos. Los platos quebrados y su estruendo, la alfombra mojada en vino y lágrimas...
las paredes retumbaban cuando levantaba la mirada para ver cuántas horas lleva en la misma posición.
Se seca las manos y se acerca a su pieza. Nunca su respiración había estado tan dolorso. Fue a hacer la cama, se iba a quedar toda la noche en pie.